miércoles, 4 de mayo de 2016

"De fiesta en fiesta en Guanacaste.


Perdido por inexperto.

El martes 12 de diciembre de 1950, Guadalupe Cisneros cumplió 14 años. Automáticamente se le estaba concediendo el permiso que durante los años anteriores había estado suplicando para ir solo a unas fiestas.

Ahora si m’ hijo le dijo Robustiano, su papá: ahora si puede ir solo a las fiestas que quiera. Ya cumplió 14 años, ya no tiene obligación de ir a la escuela. Ya usted puede ganar la vida solo, y disponer de ella como le plazca.

Eran los tiempos de aquella famosa ley que decía que la educación era gratuita y obligatoria hasta los 14 años. A esa los jóvenes podían empezar a trabajar por su cuenta y casarse o juntarse sin problemas.

No olvide le decía don Robustiano, que la vida no es del más valiente, sino del más mañoso. Así es que cuídese, recuerde que “el que con coyotes anda, a comer nances aprende”.

Las fiestas más cercanas a ese 12 de diciembre eran las de Belén pero Guadalupe prefiero esperar las de Esquipulas en Santa Cruz. Belén le era un poco desconocido, y en Santa Cruz podía manejarse con un poco más de facilidad. Además, el mes quedaba entre ambas fechas le serviría ganarse unos colones más arrancado frijoles en la finca del maestro Beltrán o donde don Manuel Arrieta.

San José de la Montaña era un pueblo bello con caminos de a pie o a caballo. Bordeados por densas selvas a ambos lados. De cualquier paredón brotaban manantiales o riachuelos. Sin temor a equivocaciones, podría afirmarse que cada zanja era una quebrada de aguas cristalinas. La abundancia de animales era inmensurable.

Allí había nacido Guadalupe Cisneros en 1936, y ahora con 14 años cumplidos se aprestaba a disfrutar de su “mayoría de edad”. Ya podría bailar en cualquier salón meterse a las cantinas y por qué no “pegársele al corte” a cualquier muchacha, porque si se jalaba torta, ya podría mantenerla.

Guadalupe era poseedor de un carácter alegre, de verbo fácil y tenía rudimentarios conocimientos de la guitarra ya la marimba. Estas cualidades le facilitaban hacer amigos en todas partes y ganarse la simpatía de no pocas muchachas de su edad. El domingo 14 de enero, Lupito ensilló el torete y con más de 75 colones en la bolsa, se enfilo a paso jacón para Santa Cruz. En “Mango Mocho” se unió a lo Matarrita, algunos de los cuales eran coetáneos suyos. Dentro del grupo había otros que ya habían asistido a festejos anteriores y relataban sus andanzas los mismos. Esos relatos eran seguidos con mucha atención por los novicios.


Después de un año de peregrinación por todos los pueblos y caseríos del cantón de Santa Cruz, “el negrito de Esquipulas regresaba cargado de milagros al antiguo paraje del Diriá. Colgados de su cuello, como formando una orla, los milagros de oro, plata, cobre y hasta plomo adornaban la venerada imagen del patrono de Santa Cruz. Durante un año de pueblo en pueblo había hecho toda clase de milagros, desde sanar enfermos, hasta encontrarle novia al más feo. Cada figura era la representación de un milagro hecho por el santo Cristo de Esquipulas.

Rememorando estos hechos, la comitiva avanzaba y los relatos de lo más veteranos hacían corto el camino. Cuando pasaban por la “Mata de Caña” les gruñó el tigre en un zanjón a la vera del camino. Poco después empezaron a bajar la cuesta de don Jesús Romero, y dos venados cruzaron el camino sin ninguna malicia.

En Moya alcanzaron a los Peña y los Avilés y cuando llegaron al Puente Negro la cabalgata era de más de 30 jinetes.

En Lomas de Hormiga dieron alcance a los que venía de Hatillo, El Caimito, San Pedro y Lagunilla. Era Quebrada de la Hacienda Monte Grande, un grupo de “Galleños” abrevaban sus bestias, y cuando llegaron al río Diría, por donde los Camarenos, varios viajeros se lavaban los pies para ponerse zapatos nuevos que traían al hombro.

La entrada a Santa Cruz era un hervidero de gente. Cualquier trillo era útil para ingresar al “pueblo” a Santa Cruz.

Una vez cruzado el río, Lupe recorrió 500 varas al este y 250 al sur para ir a pedir posada donde don Lauro Leal. Este señor era conocido suyo por ser el papá del maestro de su pueblo.
Era domingo y además vísperas dela más alegres fiestas de la bajura guanacasteca.

Don Lauro tenía un patio de casi un cuarto de manzana y muchos montañeros pedían posada en su casa.

Guadalupe desensilló su caballo y se dirigió a buscar potreraje donde doña María Andrade. Como era temprano se mudó y salió a esperar el tope de toros.
Bien catrineado recorrió la avenida central de este a oeste, y ancló en la Casa de Alto que era el punto de mayor efervescencia en ese momento. Allí conoció una de más antigua tradiciones de los santacruceños: encontrarse y repartir con los amigos y conocidos que, desde todos los rincones de la patria llegaban una vez, al año, a disfrutar las fiestas de Santa Cruz.

El tocadisco de Vitirío alegraba el ambiente, alternando corridos y rancheras de Jorge Negrete, pedro Infante y Lucha Reyes. En el salón una vieja marimba hacia bailar a los primeros acalambrados, mientras donde el Negro Hector, Piolin y Saco arpegiaban sus guitarras alegrando a los primeros bolos de las fiestas.
La proximidad del medio día hizo que la mayoría de la gente se dirigiera a la plaza de los mangos, y de allí al puente sobre el río Diría en la carretera a Liberia. Por allí encontrarían los famosos toros de la Hacienda La Girona de Chico Cubillo.

Los toros venían arreados desde la hacienda, y para evitar que se metieran al monte, cada uno traía sobre sus cabezas amarrados a los cachos a modo de yugo, un palo de unas varas de largo y quince centímetros de diámetro.

Era animales carreros de difícil manejo que vivían a campo abierto sin cercas. Las ocas que había eran piñuela y no los detenían.

Allí sobre el puente en la salida para Liberia, comenzaba el tope con docenas de jinetes que acompañados por música de la filarmónica y los bailes de los payasos, llevaban los toros hasta la plaza de los mangos.

Los cuatro primeros toros de las fiestas se montaban entre las dos y tres y media de la tarde, porque a las cuatro hacia su entrada a Santa Cruz, el santo cristo de Esquipulas procedente de Hato Viejo.

Una vez concluida la procesión de entrada, todo el mundo iba a comer y a cambiarse de ropa para asistir a la retreta, pues por esas casualidades de la vida, el 14 de enero era domingo y aunque fuera vísperas de fiestas, la retreta era sagrada.

A las siete de la noche Guadalupe ya estaba arrecostada al muro de la iglesia, frente al parque, presenciando la retreta.

Unos amigos de la Florida lo animaron a entrar al parque a ver si lo pescaban algo. Por costumbre, en las retretas aquellos años, por la acera exterior del parque los hombres circulaban en un sentido y las mujeres al contrario dando cuerda cuando dos simpatizaban, continuaban circulando en un mismo sentido como lo hacían los matrimonios y las parejas ya consolidadas.

La retreta termino y todo el mundo salió para su casa había tanta gente que Guadalupe se fue detrás de los músicos para quedarse a medio camino, sin saber hasta dónde había llegado. Desorientado decidió caminar otro poco, para detenerse a las 200 varas sin saber dónde estaba parado.

Los músicos desaparecieron y la gente seguía caminando con todos los sentidos.
Conforme avanzaba, Guadalupe iba comprobando que la gente se iba meriendo en sus o donde estaban hospedados y él se iba quedando más solo. Los árboles que había el frente de las casas le impedían otear el horizonte para orientarse. Por otra parte el bullicio de la gente y la música de las marimbas en las calles le dificultaban oír las campanas de la iglesia cada cuarto de hora.

En esta encrucijada empezó a caminar en círculos para ver si encontraba una señal que lo orientara, pero todo era en vano. Por vergüenza no preguntaba y cuándo no le quedó más remedio que hacerlo, unos jóvenes le preguntaron que de donde se había caído. Otros en un tono más jocoso, le recomendaron que comprara un perro.  

En fin, cuando ya se acercaba la media noche, una pareja se condolió, de su suerte y le dijeron que estaba cerca del puente colgante. Al preguntar por su posada, le dieron la dirección exacta y así pudo llegar donde don Lauro.
Este episodio le costó algunas bromas a su regreso a San José de la Montaña y le sirvió para convertirse en un acérrimo fiestero, a la caza de toda clase de chiles y anécdotas 





¡Ay Pachito¡ ¿Qué ne estas haciendo?


A mediados de los años cincuenta, se contaba con los dedos de una manolos homosexófilos que había en Santa Cruz, y sobraban dedos, Danielito valles era uno de ellos pero su accionar era tan discreto, que a no ser por sus modales y su manera de caminar, era difícil sospechar que jugaba en el otro bando.

Difícil era ubicarlo en un determinado género, pues al trabajo era bueno de verdad, aunque prefería las labores femeninas que por hacerlas en su casa y vivir solo, pasaban inadvertidas.

 Vivía en las afueras de Santa Cruz, camino a Santa Bárbara y su “modus operandi” era muy singular. Permanecía en las cantinas hasta última hora y entre los bolos que quedaban tirados en el suelo, escogía uno y se lo llevaba para su rancho.

El sábado 7 de diciembre de 1965, en plenas fiestas de Buenos aires, tirado en la plaza encontró a Francisco Valdez Mora.

Lo sornagueó un poco, le mostro una botella de guaro que andaba en la mano y lo invito a beber en su rancho Pacho Valdez estaba bien bolo, pero al ver la botella y verla doble se levantó con miles costos, abrazado a Danielito buscó para Santa Bárbara.

Después de una hora de caminata, para recorrer escasos 2 kilómetros llegaron al rancho de Danielito y pasaron adelante. Después de una serie de tragos que solo pachito ingería, Danielito empezó la rutina para llevarlo al punto que él le gustaba. Por más guaro logró convencer a Pacho de que le hiciera el favor, pero surgió un gran problema. Pachito Valdez era requeneto y cabezón de su extremo inferior y no había manera que lograra entrar en la humanidad de Danielito. Este ansioso porque Pachito lo lograra, estiro su mano hacia una repisa de donde cogió un frasco con cuyo contenido se lubrico el polo sur. Pachito apunto de nuevo, y entonces sí que si se fue hasta donde dijo Goyo.

Quiso el destino, que en la oscuridad de la noche, lo que Danielito cogió fue un frasco de Zepol y no la manteca de lagarto que solía manejar en la repisa.


El efecto del Zepol no se hizo esperar y lo único que escucharon los vecinos fue a Danielito con una frase muy espresiva: -Ay pachito ¿qué ne estas haciendo?, siendo un sogazo en el tulo!!.



Garroteado por bailar chingo.


A finales de 1963, abrió sus puertas en Santa Cruz, un nuevo antro de Lenocino llamado Los Laureles, que con el tiempo se hizo muy famoso. A los pocos meses parecía un santuario dada la cantidad de “peregrinos” que lo visitaban.

Al mismo llegaban cada mes, los mejores especímenes de sus homologas de la capital. La circunstancia de estar alejado del centro de la cuidad, en la carretera a Liberia, le daba un toque ambiente discrecional que lo hacía favorito de los amantes de las más antigua profesión.

El domingo 8 d diciembre de 1963, en plenas fiestas de Buenos Aires. Los Laureles entraron de lleno en la vida de los santacruceños. No solo habían mujeres bonitas y hermosas escogidas en la capital, sino que después de la media noche había un espectáculo inusual en el Guanacaste de aquellos tiempos.

Después de la media noche algunas de las damas bailaban desnudas a puerta cerrada. También había otra serie de actividades no aptas para menores ni para cardiacos. Esa noche Licho Sanchez, Daniel Espinoza, Gabriel Baltodano, después de tomarse unos tragos en buenos aires, decidieron ir a presenciar el show en los Palos, como también se conocía al famoso centro social.

Licho estaba en frente del Cios los paró Alexis Viales sin saber para donde iban, se encajó en el jeep de Licho.

La calle central parecía un camino de garreadoras, dada la cantidad de gente que se dirigía hacia Buenos Aires, donde había baile con los Chemas de Santa Bárbara.

A las once y media aterrizaron en los Laureles y ya casi estaban cerrando las puertas para comenzar el espectáculo de la media noche. Los que querían presenciar el show tenían que pagar cincuenta colones adicionales más los tragos que se tomaran.

Alex llegó bastante picado, de allí que con un par de tragos más fue el primer voluntario que se ofreció a bailar desnudo con la Verónica, una escultura rubia que casi sacaba medio cuerpo de estatura.

Cuando las notas del pájaro picón picón empezaron a sonar, ya la cartagona se contorneaba sensualmente en el centro de la pista. Al grito de: ¡Eso, Eso! La bailarina empezó su danza con movimientos harto sugestivos, dignos de Sodoma y Gomorra. Licho sacó su Polaroid que fue disparando desde diferentes ángulos causando hilaridad entre los más sobrios ya que en pocos segundos automáticamente iba revelando las imágenes que iba captando.

A las dos de la madrugada se acabó el evento y todo el mundo se dirigio al centro de la ciudad.

Lo primero que hicieron fue pasar por la casa de Alex lo colocaron en el corredor, tocaron las puerta y antes de irse metieron un par de fotos por debajo de la misma. Entre dormida y despierta, doña Elisa su conyugue, abrió la puerta y con mil dificultades lo metió a la casa, sin toparse con las fotos.

Por la mañana, al abrir la puerta de la calle para barrer, doña Elisa se encontró las fotos, al observarlas no comprendía que estaba viendo, por lo cual se fue a buscar los anteojos para verlas mejor.  Su sorpresa fue mayor al ver a su marido bailando con una rubia. En ese momento Alex se encontraba en el   excusado   al fondo del patio vomitando la goma que le quedaba. Doña Eli cogio una raja de leña y alla se dirigió.

Alex estaba embrocado sobre el retrete y para que se volviera, doña Eli lo Jincó con la escoba y al volver la cara Alex descargo tremendo leñazo en el medio de las dos luces que lo sentó de espalda.

¡¡¡jajay!!! Sin vergüenza de mierda, en eso era que andabas anoche ah, pues vas a ver si quedas convidado, cochino de los diablos!!!.

Cuando Alex se despertó, la goma había desaparecido, estaba en la Unidad sanitaria del Dr. Chavarría le cosía la cabeza. Mientras tanto allá en su casa, las fotos sirvieron para avivar el fuego que calentaba el agua del café, y la ropa paso a engordar una bolsa de manigueta colocada en la puerta para que buscará viaje cuando llegara. Doña Eli estaba con la cachimba llena de tierra como un cascabel cuando le majan el chischil. 


Referencia bibliográfica:

Leal Arrieta, E. (1997). De fiesta en fiesta Guanacaste.  -- San José, Costa Rica.


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