Perdido por inexperto.
El martes 12 de diciembre de 1950, Guadalupe Cisneros cumplió
14 años. Automáticamente se le estaba concediendo el permiso que durante los
años anteriores había estado suplicando para ir solo a unas fiestas.
Ahora si m’ hijo le dijo Robustiano, su papá: ahora si
puede ir solo a las fiestas que quiera. Ya cumplió 14 años, ya no tiene
obligación de ir a la escuela. Ya usted puede ganar la vida solo, y disponer de
ella como le plazca.
Eran los tiempos de aquella famosa ley que decía que la educación
era gratuita y obligatoria hasta los 14 años. A esa los jóvenes podían empezar
a trabajar por su cuenta y casarse o juntarse sin problemas.
No olvide le decía don Robustiano, que la vida no es del
más valiente, sino del más mañoso. Así es que cuídese, recuerde que “el que con
coyotes anda, a comer nances aprende”.
Las fiestas más cercanas a ese 12 de diciembre eran las de
Belén pero Guadalupe prefiero esperar las de Esquipulas en Santa Cruz. Belén le
era un poco desconocido, y en Santa Cruz podía manejarse con un poco más de facilidad.
Además, el mes quedaba entre ambas fechas le serviría ganarse unos colones más arrancado
frijoles en la finca del maestro Beltrán o donde don Manuel Arrieta.
San José de la Montaña era un pueblo bello con caminos de a
pie o a caballo. Bordeados por densas selvas a ambos lados. De cualquier
paredón brotaban manantiales o riachuelos. Sin temor a equivocaciones, podría afirmarse
que cada zanja era una quebrada de aguas cristalinas. La abundancia de animales
era inmensurable.
Allí había nacido Guadalupe Cisneros en 1936, y ahora con
14 años cumplidos se aprestaba a disfrutar de su “mayoría de edad”. Ya podría bailar
en cualquier salón meterse a las cantinas y por qué no “pegársele al corte” a
cualquier muchacha, porque si se jalaba torta, ya podría mantenerla.
Guadalupe era poseedor de un carácter alegre, de verbo fácil
y tenía rudimentarios conocimientos de la guitarra ya la marimba. Estas cualidades
le facilitaban hacer amigos en todas partes y ganarse la simpatía de no pocas
muchachas de su edad. El domingo 14 de enero, Lupito ensilló el torete y con más
de 75 colones en la bolsa, se enfilo a paso jacón para Santa Cruz. En “Mango
Mocho” se unió a lo Matarrita, algunos de los cuales eran coetáneos suyos. Dentro
del grupo había otros que ya habían asistido a festejos anteriores y relataban
sus andanzas los mismos. Esos relatos eran seguidos con mucha atención por los
novicios.
Después de un año de peregrinación por todos los pueblos y caseríos
del cantón de Santa Cruz, “el negrito de Esquipulas regresaba cargado de
milagros al antiguo paraje del Diriá. Colgados de su cuello, como formando una
orla, los milagros de oro, plata, cobre y hasta plomo adornaban la venerada
imagen del patrono de Santa Cruz. Durante un año de pueblo en pueblo había hecho
toda clase de milagros, desde sanar enfermos, hasta encontrarle novia al más
feo. Cada figura era la representación de un milagro hecho por el santo Cristo
de Esquipulas.
Rememorando estos hechos, la comitiva avanzaba y los
relatos de lo más veteranos hacían corto el camino. Cuando pasaban por la “Mata
de Caña” les gruñó el tigre en un zanjón a la vera del camino. Poco después
empezaron a bajar la cuesta de don Jesús Romero, y dos venados cruzaron el
camino sin ninguna malicia.
En Moya alcanzaron a los Peña y los Avilés y cuando
llegaron al Puente Negro la cabalgata era de más de 30 jinetes.
En Lomas de Hormiga dieron alcance a los que venía de
Hatillo, El Caimito, San Pedro y Lagunilla. Era Quebrada de la Hacienda Monte
Grande, un grupo de “Galleños” abrevaban sus bestias, y cuando llegaron al río Diría,
por donde los Camarenos, varios viajeros se lavaban los pies para ponerse
zapatos nuevos que traían al hombro.
La entrada a Santa Cruz era un hervidero de gente. Cualquier
trillo era útil para ingresar al “pueblo” a Santa Cruz.
Una vez cruzado el río, Lupe recorrió 500 varas al este y
250 al sur para ir a pedir posada donde don Lauro Leal. Este señor era conocido
suyo por ser el papá del maestro de su pueblo.
Era domingo y además vísperas dela más alegres fiestas de
la bajura guanacasteca.
Don Lauro tenía un patio de casi un cuarto de manzana y
muchos montañeros pedían posada en su casa.
Guadalupe desensilló su caballo y se dirigió a buscar potreraje
donde doña María Andrade. Como era temprano se mudó y salió a esperar el tope
de toros.
Bien catrineado recorrió la avenida central de este a
oeste, y ancló en la Casa de Alto que era el punto de mayor efervescencia en
ese momento. Allí conoció una de más antigua tradiciones de los santacruceños:
encontrarse y repartir con los amigos y conocidos que, desde todos los rincones
de la patria llegaban una vez, al año, a disfrutar las fiestas de Santa Cruz.
El tocadisco de Vitirío alegraba el ambiente, alternando
corridos y rancheras de Jorge Negrete, pedro Infante y Lucha Reyes. En el salón
una vieja marimba hacia bailar a los primeros acalambrados, mientras donde el
Negro Hector, Piolin y Saco arpegiaban sus guitarras alegrando a los primeros
bolos de las fiestas.
La proximidad del medio día hizo que la mayoría de la gente
se dirigiera a la plaza de los mangos, y de allí al puente sobre el río Diría
en la carretera a Liberia. Por allí encontrarían los famosos toros de la
Hacienda La Girona de Chico Cubillo.
Los toros venían arreados desde la hacienda, y para evitar
que se metieran al monte, cada uno traía sobre sus cabezas amarrados a los
cachos a modo de yugo, un palo de unas varas de largo y quince centímetros de diámetro.
Era animales carreros de difícil manejo que vivían a campo
abierto sin cercas. Las ocas que había eran piñuela y no los detenían.
Allí sobre el puente en la salida para Liberia, comenzaba
el tope con docenas de jinetes que acompañados por música de la filarmónica y
los bailes de los payasos, llevaban los toros hasta la plaza de los mangos.
Los cuatro primeros toros de las fiestas se montaban entre
las dos y tres y media de la tarde, porque a las cuatro hacia su entrada a
Santa Cruz, el santo cristo de Esquipulas procedente de Hato Viejo.
Una vez concluida la procesión de entrada, todo el mundo
iba a comer y a cambiarse de ropa para asistir a la retreta, pues por esas
casualidades de la vida, el 14 de enero era domingo y aunque fuera vísperas de
fiestas, la retreta era sagrada.
A las siete de la noche Guadalupe ya estaba arrecostada al muro
de la iglesia, frente al parque, presenciando la retreta.
Unos amigos de la Florida lo animaron a entrar al parque a
ver si lo pescaban algo. Por costumbre, en las retretas aquellos años, por la
acera exterior del parque los hombres circulaban en un sentido y las mujeres al
contrario dando cuerda cuando dos simpatizaban, continuaban circulando en un
mismo sentido como lo hacían los matrimonios y las parejas ya consolidadas.
La retreta termino y todo el mundo salió para su casa había
tanta gente que Guadalupe se fue detrás de los músicos para quedarse a medio camino,
sin saber hasta dónde había llegado. Desorientado decidió caminar otro poco,
para detenerse a las 200 varas sin saber dónde estaba parado.
Los músicos desaparecieron y la gente seguía caminando con
todos los sentidos.
Conforme avanzaba, Guadalupe iba comprobando que la gente
se iba meriendo en sus o donde estaban hospedados y él se iba quedando más
solo. Los árboles que había el frente de las casas le impedían otear el
horizonte para orientarse. Por otra parte el bullicio de la gente y la música
de las marimbas en las calles le dificultaban oír las campanas de la iglesia
cada cuarto de hora.
En esta encrucijada empezó a caminar en círculos para ver
si encontraba una señal que lo orientara, pero todo era en vano. Por vergüenza no
preguntaba y cuándo no le quedó más remedio que hacerlo, unos jóvenes le
preguntaron que de donde se había caído. Otros en un tono más jocoso, le
recomendaron que comprara un perro.
En fin, cuando ya se acercaba la media noche, una pareja se
condolió, de su suerte y le dijeron que estaba cerca del puente colgante. Al preguntar
por su posada, le dieron la dirección exacta y así pudo llegar donde don Lauro.
Este episodio le costó algunas bromas a su regreso a San
José de la Montaña y le sirvió para convertirse en un acérrimo fiestero, a la
caza de toda clase de chiles y anécdotas
Referencia bibliográfica:
Leal Arrieta, E. (1997). De fiesta en fiesta Guanacaste. -- San José, Costa Rica.
¡Ay
Pachito¡ ¿Qué ne estas haciendo?
A
mediados de los años cincuenta, se contaba con los dedos de una manolos
homosexófilos que había en Santa Cruz, y sobraban dedos, Danielito valles era
uno de ellos pero su accionar era tan discreto, que a no ser por sus modales y
su manera de caminar, era difícil sospechar que jugaba en el otro bando.
Difícil
era ubicarlo en un determinado género, pues al trabajo era bueno de verdad,
aunque prefería las labores femeninas que por hacerlas en su casa y vivir solo,
pasaban inadvertidas.
Vivía en las afueras de Santa Cruz, camino a
Santa Bárbara y su “modus operandi” era muy singular. Permanecía en las
cantinas hasta última hora y entre los bolos que quedaban tirados en el suelo, escogía
uno y se lo llevaba para su rancho.
El
sábado 7 de diciembre de 1965, en plenas fiestas de Buenos aires, tirado en la
plaza encontró a Francisco Valdez Mora.
Lo
sornagueó un poco, le mostro una botella de guaro que andaba en la mano y lo
invito a beber en su rancho Pacho Valdez estaba bien bolo, pero al ver la
botella y verla doble se levantó con miles costos, abrazado a Danielito buscó
para Santa Bárbara.
Después
de una hora de caminata, para recorrer escasos 2 kilómetros llegaron al rancho
de Danielito y pasaron adelante. Después de una serie de tragos que solo
pachito ingería, Danielito empezó la rutina para llevarlo al punto que él le
gustaba. Por más guaro logró convencer a Pacho de que le hiciera el favor, pero
surgió un gran problema. Pachito Valdez era requeneto y cabezón de su extremo
inferior y no había manera que lograra entrar en la humanidad de Danielito.
Este ansioso porque Pachito lo lograra, estiro su mano hacia una repisa de
donde cogió un frasco con cuyo contenido se lubrico el polo sur. Pachito apunto
de nuevo, y entonces sí que si se fue hasta donde dijo Goyo.
Quiso
el destino, que en la oscuridad de la noche, lo que Danielito cogió fue un
frasco de Zepol y no la manteca de lagarto que solía manejar en la repisa.
El
efecto del Zepol no se hizo esperar y lo único que escucharon los vecinos fue a
Danielito con una frase muy espresiva: -Ay pachito ¿qué ne estas haciendo?,
siendo un sogazo en el tulo!!.
Garroteado
por bailar chingo.
A
finales de 1963, abrió sus puertas en Santa Cruz, un nuevo antro de Lenocino
llamado Los Laureles, que con el tiempo se hizo muy famoso. A los pocos meses
parecía un santuario dada la cantidad de “peregrinos” que lo visitaban.
Al
mismo llegaban cada mes, los mejores especímenes de sus homologas de la
capital. La circunstancia de estar alejado del centro de la cuidad, en la
carretera a Liberia, le daba un toque ambiente discrecional que lo hacía
favorito de los amantes de las más antigua profesión.
El
domingo 8 d diciembre de 1963, en plenas fiestas de Buenos Aires. Los Laureles
entraron de lleno en la vida de los santacruceños. No solo habían mujeres
bonitas y hermosas escogidas en la capital, sino que después de la media noche
había un espectáculo inusual en el Guanacaste de aquellos tiempos.
Después
de la media noche algunas de las damas bailaban desnudas a puerta cerrada.
También había otra serie de actividades no aptas para menores ni para
cardiacos. Esa noche Licho Sanchez, Daniel Espinoza, Gabriel Baltodano, después
de tomarse unos tragos en buenos aires, decidieron ir a presenciar el show en
los Palos, como también se conocía al famoso centro social.
Licho
estaba en frente del Cios los paró Alexis Viales sin saber para donde iban, se
encajó en el jeep de Licho.
La
calle central parecía un camino de garreadoras, dada la cantidad de gente que
se dirigía hacia Buenos Aires, donde había baile con los Chemas de Santa
Bárbara.
A
las once y media aterrizaron en los Laureles y ya casi estaban cerrando las
puertas para comenzar el espectáculo de la media noche. Los que querían
presenciar el show tenían que pagar cincuenta colones adicionales más los
tragos que se tomaran.
Alex
llegó bastante picado, de allí que con un par de tragos más fue el primer
voluntario que se ofreció a bailar desnudo con la Verónica, una escultura rubia
que casi sacaba medio cuerpo de estatura.
Cuando
las notas del pájaro picón picón empezaron a sonar, ya la cartagona se
contorneaba sensualmente en el centro de la pista. Al grito de: ¡Eso, Eso! La
bailarina empezó su danza con movimientos harto sugestivos, dignos de Sodoma y
Gomorra. Licho sacó su Polaroid que fue disparando desde diferentes ángulos causando
hilaridad entre los más sobrios ya que en pocos segundos automáticamente iba
revelando las imágenes que iba captando.
A
las dos de la madrugada se acabó el evento y todo el mundo se dirigio al centro
de la ciudad.
Lo
primero que hicieron fue pasar por la casa de Alex lo colocaron en el corredor,
tocaron las puerta y antes de irse metieron un par de fotos por debajo de la
misma. Entre dormida y despierta, doña Elisa su conyugue, abrió la puerta y con
mil dificultades lo metió a la casa, sin toparse con las fotos.
Por
la mañana, al abrir la puerta de la calle para barrer, doña Elisa se encontró
las fotos, al observarlas no comprendía que estaba viendo, por lo cual se fue a
buscar los anteojos para verlas mejor.
Su sorpresa fue mayor al ver a su marido bailando con una rubia. En ese
momento Alex se encontraba en el excusado al fondo
del patio vomitando la goma que le quedaba. Doña Eli cogio una raja de leña y
alla se dirigió.
Alex
estaba embrocado sobre el retrete y para que se volviera, doña Eli lo Jincó con
la escoba y al volver la cara Alex descargo tremendo leñazo en el medio de las
dos luces que lo sentó de espalda.
¡¡¡jajay!!!
Sin vergüenza de mierda, en eso era que andabas anoche ah, pues vas a ver si
quedas convidado, cochino de los diablos!!!.
Cuando
Alex se despertó, la goma había desaparecido, estaba en la Unidad sanitaria del
Dr. Chavarría le cosía la cabeza. Mientras tanto allá en su casa, las fotos
sirvieron para avivar el fuego que calentaba el agua del café, y la ropa paso a
engordar una bolsa de manigueta colocada en la puerta para que buscará viaje
cuando llegara. Doña Eli estaba con la cachimba llena de tierra como un
cascabel cuando le majan el chischil.
Referencia bibliográfica:
Leal Arrieta, E. (1997). De fiesta en fiesta Guanacaste. -- San José, Costa Rica.
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